Día de tristes despedidas.
Adiós a mi Asturias querida, adiós al bravo cantábrico y adiós a mi compañera bicigrina MóniKa.
Hemos dejado el pequeño y cuco Tapia de Casariego y ya estamos en Galicia. Ya lo estábamos técnicamente ayer pero hoy ya lo estamos geograficamente. Tras rodear toda la extensa ría pasando por Vegadeo (aún Asturias) llegamos a Ribadeo (ya Galicia), nos adentramos en el interior de Galicia, dejando a nuestras espaldas el mar Cantábrico, agreste en la Asturias occidental, con acantilados ariscos, los increibles bufones y olas que rugen.
Ha comenzado a llover. A llover de verdad. En bici uno se cala por todos los lados, por mucho que te protejas o cubras las alforjas. Si no es directamente por la lluvia, es por el agua que retornan las ruedas del suelo, o por el agua con el que te sulfatan los camiones (si estos no te tiran a su paso). Al final cuando llegas al albergue todo absolutamente todo está calado y tu espíritu enmohecido.
Mónica, sabia conocedora de las adversidades climáticas del Norte optó por tomar un autobús en Ribadeo y volver a Irún. Después de 3 diás con ella, la voy a extrañar un huevo. "Tú no conoces el tiempo del Norte", me advirtió.
Un tripalentino no se rinde fácilmente, pero lo cierto es que soy un poco temerario. Y las cosas se puede complicar más de la cuenta: bajar lloviendo por carreteras locales bacheadas, con el firme mojado o con charcos, con las gafas empañadas, es jugarte algo más que la quijotera.
Así que después de acojonarme varias veces desde Vilela hasta Vilamar (cayeron varias trombas con violencia y tuve que refugiarme en una fábrica), llegué a un bar de Vilamar, pregunté si el temporal pararía y el gallego me miró de medio lado y me dijo "si ya estás, mojado que más te da".
Decidí tomar la nacional N-634 por Mongoñedo, pero ahí me encontré miles de camiones (no sabía que era una ruta tan tan transitada) y sufrí sus enfurecidos bramidos, sus oleajes embarrados y sus ciclones intempestivos. Me cagué en la ..esa y en la madre que ..eso. Rezando, más que pedaleando, conseguí pasar el puerto da Xesta y llegar a Abadín. No sabía el terrible tráfico de camiones de esa nacional, tenía que haber ido por la carretera local por Sandónigas, bien asfaltada y sin tráfico.
Pero lo peor siempre está por llegar, cuando llegué al albergue de Abadín no había plazas, en las 2 pensiones del pueblo tampoco. Entonces me comentaron que a 2 km había un hostal en frente de una gasolinera. Llegué empapado, desesperado y me dijeron lo mismo: todo ocupado. Empecé a verlo todo más grisnegrooscuro que el cielo que me gobernada impunemente.
Y apareció el buen samaritano: Javi, un bicigrino valenciano que se alojaba en el hostal y estaba en una habitación doble. Me ofreció la otra cama. Ojalá Buda te lo pagué con una buena valenciana, Javi.
El hostal lo regentaba un Hitchcock gallego con pinta de zorro, el cabrón te miraba, parecía que iba a hablar, apartaba la mirada y proseguía con sus industrias. Ahí conocimos a un camionero asturiano majete de verdad. que también le daba a la bici y se reía cuando llamabamos puerto a lo que acababamos de subir: "eso lo subo yo con el 42"
Al llegar a galicia la Concha cambia su dirección respecto a Asturias. Si en Asturias el interior de la concha indicaba la dirección a Santiago, en Galicia es al revés, como véis en la foto. Y abajo indica los kms hasta nuestra Itaca particular (aquí 194)
Adiós a mi Asturias querida, adiós al bravo cantábrico y adiós a mi compañera bicigrina MóniKa.
Hemos dejado el pequeño y cuco Tapia de Casariego y ya estamos en Galicia. Ya lo estábamos técnicamente ayer pero hoy ya lo estamos geograficamente. Tras rodear toda la extensa ría pasando por Vegadeo (aún Asturias) llegamos a Ribadeo (ya Galicia), nos adentramos en el interior de Galicia, dejando a nuestras espaldas el mar Cantábrico, agreste en la Asturias occidental, con acantilados ariscos, los increibles bufones y olas que rugen.
Ha comenzado a llover. A llover de verdad. En bici uno se cala por todos los lados, por mucho que te protejas o cubras las alforjas. Si no es directamente por la lluvia, es por el agua que retornan las ruedas del suelo, o por el agua con el que te sulfatan los camiones (si estos no te tiran a su paso). Al final cuando llegas al albergue todo absolutamente todo está calado y tu espíritu enmohecido.
Mónica, sabia conocedora de las adversidades climáticas del Norte optó por tomar un autobús en Ribadeo y volver a Irún. Después de 3 diás con ella, la voy a extrañar un huevo. "Tú no conoces el tiempo del Norte", me advirtió.
Un tripalentino no se rinde fácilmente, pero lo cierto es que soy un poco temerario. Y las cosas se puede complicar más de la cuenta: bajar lloviendo por carreteras locales bacheadas, con el firme mojado o con charcos, con las gafas empañadas, es jugarte algo más que la quijotera.
Así que después de acojonarme varias veces desde Vilela hasta Vilamar (cayeron varias trombas con violencia y tuve que refugiarme en una fábrica), llegué a un bar de Vilamar, pregunté si el temporal pararía y el gallego me miró de medio lado y me dijo "si ya estás, mojado que más te da".
Decidí tomar la nacional N-634 por Mongoñedo, pero ahí me encontré miles de camiones (no sabía que era una ruta tan tan transitada) y sufrí sus enfurecidos bramidos, sus oleajes embarrados y sus ciclones intempestivos. Me cagué en la ..esa y en la madre que ..eso. Rezando, más que pedaleando, conseguí pasar el puerto da Xesta y llegar a Abadín. No sabía el terrible tráfico de camiones de esa nacional, tenía que haber ido por la carretera local por Sandónigas, bien asfaltada y sin tráfico.
Pero lo peor siempre está por llegar, cuando llegué al albergue de Abadín no había plazas, en las 2 pensiones del pueblo tampoco. Entonces me comentaron que a 2 km había un hostal en frente de una gasolinera. Llegué empapado, desesperado y me dijeron lo mismo: todo ocupado. Empecé a verlo todo más grisnegrooscuro que el cielo que me gobernada impunemente.
Y apareció el buen samaritano: Javi, un bicigrino valenciano que se alojaba en el hostal y estaba en una habitación doble. Me ofreció la otra cama. Ojalá Buda te lo pagué con una buena valenciana, Javi.
El hostal lo regentaba un Hitchcock gallego con pinta de zorro, el cabrón te miraba, parecía que iba a hablar, apartaba la mirada y proseguía con sus industrias. Ahí conocimos a un camionero asturiano majete de verdad. que también le daba a la bici y se reía cuando llamabamos puerto a lo que acababamos de subir: "eso lo subo yo con el 42"
Al llegar a galicia la Concha cambia su dirección respecto a Asturias. Si en Asturias el interior de la concha indicaba la dirección a Santiago, en Galicia es al revés, como véis en la foto. Y abajo indica los kms hasta nuestra Itaca particular (aquí 194)
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